Ya se acerca la celebración del nacimiento de Jesús, y pienso en cuan maravillosa y misteriosa es la vida. En vista de los muy lamentables acontecimientos más recientes en nuestro país, escuché al Dr. Vicente Vargas, en una entrevista que le hizo Roberto Cavada, donde él explica sobre el “rompimiento trágico y fatal” de un ser humano que se encuentra en una situación extrema, y se deja tomar por el coraje de que se le ha arrebatado algo de valor, sin haber hecho antes una pausa, una reflexión, donde se siente acorralado y víctima, y como resultado puede atentar de forma violenta contra la vida de otros y la suya propia, perdiendo el contacto con la realidad, y recurriendo a un instinto de supervivencia, que yo llamaría pre-histórico y animal.
Y en este sentido, quiero resaltar la idea que entiendo es de mayor importancia con todo este tema. El doctor Vargas continúa exponiendo que “el mayor bien es la vida, la vida es el bien supremo, la vida esta encima de cualquier cosa, encima de cualquier bien material, de cualquier relación de pareja, de cualquier dinero, por muy elevada que sea la cantidad” y yo agregaría, que está encima de cualquier problema o circunstancia.
¿Qué está pasando con la sociedad? Damos un valor enorme a las cosas, a aquello que es material y visible, sin embargo no nos damos cuenta de su transitoriedad y nos falta aquilatar la vida, nuestra vida, quienes somos, no por lo que somos en la sociedad, no por los logros, no por lo que tenemos, no por nuestros méritos, no por nuestra inteligencia o belleza, no por nuestro apellido o familia, no por nuestra educación o raza. Nuestro enorme valor está sencillamente en nuestra existencia pura, el estar vivos, y en nuestra alma, que es eterna e intangible.
¿Alguna vez te has preguntado cómo llegaste a estar vivo? Con una explicación científica y de forma natural, puedes estar seguro que luchaste por adherirte al óvulo de tu madre, y corriste junto a aproximadamente 40 millones de espermatozoides, y fuiste tú que ganaste esa carrera, inconscientemente quizás, pero ¡tú te ganaste esa lotería! Y Dios lo quiso así, y eso, tu vida, tiene infinito e incalculable valor, y así como estoy yo aquí, así estás tú y está nuestro prójimo, y al reconocer tu valor infinito, es cuando también entendemos y reconocemos el valor infinito que tenemos cada uno de nosotros.
El valor más esencial, más profundo, y al que deberíamos enfocarnos es en nuestro valor intrínseco, aquel que no se ve con ojos físicos.
“¿Por qué cerramos los ojos cuando rezamos, lloramos, soñamos o besamos? Porque sabemos que las cosas más lindas de la vida no se ven, sólo se sienten en el corazón”
No permitamos que las cosas materiales, los logros, los “éxitos”, las riquezas financieras, la belleza estética, nos desenfoquen del verdadero tesoro que tenemos. Comencemos a darle real valor al alma, y comencemos a vernos y a los demás con esos ojos espirituales que nos permitirán ver nuestra enorme fortuna.
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” Mateo 6, 19-21
En esta semana previa a la Navidad, reflexionemos sobre la dulce y simple verdad de que somos de enorme valor solo por el hecho de estar vivos, y eso no hace más que suficientes.
¿Cómo logras que de tu alma se “vea” abundancia?
¿Con cuáles ojos te vas a ver? ¿Con cuáles verás a los demás?